No, no se han equivocado ustedes. Hoy para el resto del mundo es el #blackfridaydelasnarices. Que está muy bien, para el que pueda comprar. Ya tenemos asumido que aquí todo lo que suene molón nos lo adjudicamos. Pero, en la república de este blog hoy celebramos el color friday, para contrarrestar el black que se han puesto el resto por montera.
Hoy vengo a confesarles que mí todo lo creativo ¡me va, me va, me va, me va, meee vaaa! (la habéis cantado, ¿a que sí?). Yo en vez de con un pan, creo que nací con un pincel bajo el brazo, y aunque la cosa no me dio para ganarme la vida a lo Andy Warhol, algún pinito sí que he podido hacer en el mundo artístico.
Cuando era pequeña los días se me hacían muy largos. Por suerte hacía rápido los deberes y el cuaderno Santillana me lo fumaba los dos primeros días del verano. Los estíos con mi abuela eran largos e insostenibles. Para entretenerme lo único que le pedía era bajar a la papelería a comprar rotuladores, lápices Alpino y si caía algún recortable. La otra alternativa era jugar a las tiendas y acabar con todas sus existencias de macarrones, lentejas y garbanzos por el suelo, mientras ponía conos y más conos repletos de ingentes gramos de legumbres a todas las clientas imaginarias. Mi abuela se dejaba la pensión en materiales y en pan con chocolate. Si hubiera tenido un tablet en aquellos tiempos, le hubiese salido más barato entretenernos.
Los últimos años de la EGB y el paso al instituto rompieron mi carrera como artista. Lejos de poder ir a clases de pintura mi contacto con los pinceles se redujo a los largos veranos que conseguía a base de labrarme con constancia y tesón todos los aprobados, notables y sobresalientes de mi boletín de notas. Por profesión tuve que dejar de lado las bellas artes y meterme en el carrilón de las ciencias, que parecía que iban a darme algo para no morir de inanición. Pero yo, en los tubos de ensayo, sólo me quedaba pasmada con los colores de los reactivos, adoraba el naranja del zumo con el que tenía que hacer las pruebas de la tesis y cuando había que hacer un póster para un congreso era la más habilidosa y mi póster reinaba en toda la sala.
Por eso, el sábado pasado se abrieron los cielos para mí. Me lié las brochas a la cabeza y me apunté al taller de acuarela organizado por Jud, de la bonitísima Cactus, que ya os presenté aquí e impartido por la adorable Raquel, de Gusosos Land. La acuarela siempre fue mi asignatura pendiente. ¡Por fin iba a enfrentarme a ella en un escenario de lujo!
Y… ¡qué decir! Fue una mañana súper divertida. Un día de esos agradables que quieres atesorar bajo llave. Un día de verdad. Un tiempo dedicado a hacer lo que te gusta. Además, tuve la suerte de encontrarme por sorpresa con gente conocida. Allí estaba Carmen, del jardindemamaana, a la que les presentaré muy pronto, pues también tuvo mucho que ver en mi día B. Y el resto de chicas que me parecieron todas muy creativas y artistonas.
El taller duró unas 3 horas. Empezamos haciendo ejercicios de presentación tête a tête con los colores, los difuminados, los degradados, utilizando el agua como enésimo color. Probando texturas de papel y diferentes tipos de pinceles. Una cata en toda regla, vaya!
Después de hacer los experimentos oportunos y familiarizarnos con las acuarelas, pasamos a “intentar” dibujar y colorear una imagen a partir de una fotografía. A cada uno le tocó un motivo y a mí, que sabían que venía tiempo reclamando un otoño en condiciones, me tocaron unas setas.
Aquí les dejo parte del dibujo. Para ser la primera vez que le perdía el respeto a la acuarela creo que quedaron unos hongos muy dignos.
Raquel sigue haciendo talleres de acuarela algunos sábados durante el año, así que si tienen oportunidad y tienen esa necesidad de sacar el artista que llevan dentro, no lo duden. Será un rato bien invertido.
Que pasen ustedes un feliz friday (del color que quieran)